Suelo bromear diciendo que en mi casa nadie llora así que yo tengo que llorar por todos. Y es que por cosas del destino, puedo contar con una mano las veces que he visto llorar a mis papás o a mi pareja. Y también puedo contar con una mano las veces que no he llorado al terminar una película de Pixar. Vaya que primero se me olvidan las palomitas que los kleenex al ir al cine.
Para frustración de mi familia, lo llorona me viene de nacimiento. Por más que me hablaban bonito, me hablaban no tan bonito, me ignoraban, me decían de una y mil maneras que no llorara, mis ojitos seguían goteando. No fue sino hasta que cumplí 28 que pude poner mis lágrimas bajo control. Y no fue por falta de esfuerzo de mi parte, que la neta no estoy nada orgullosa de las veces que me fui a llorar al baño en horario laboral.
Si tú estás del otro lado y solo lloras cuando es socialmente aceptable, o cuando te lo piden tus ojos porque están más resecos que la arena del desierto, hay dos cosas que necesito decirte para que entiendas a los que estamos de este lado.
La gente solo llora porque está triste es un mito.
Creer que lloramos solo por tristeza es falta de imaginación. Puedes llorar de alegría, de enojo, de impotencia, de incredulidad, de asombro, de cansancio o por una mezcla de cualquiera de las anteriores. O por ignorancia.
En mi caso, de la misma manera que cuando un recipiente está demasiado lleno al hervir se derrama para eliminar el exceso así mis lágrimas salían cuando lo que estaba sintiendo era demasiado para mí en ese momento. Llorar me permitía reducir mis emociones a un nivel en el que podía manejarlas.
La clave que me permitió llorar menos fue aprender a identificar mis emociones. Y digo identificar en un sentido literal en el que no solo sentía sino que le ponía nombre. Es hacer una pausa y ver que si me estoy poniendo roja de la cara es porque estoy apenada, estoy enojada, estoy contenta o estoy acalorada.
El ponerle nombre a mis emociones fue el equivalente a estar al pendiente del caldo y darle vueltas con la cuchara para evitar que se derrame al hervir. Si no llego al punto en el que las emociones me sobrepasan, no lloro.
Un círculo con todas las emociones impresas me ayudó más a dejar de llorar que todos los regaños, discursos y malas caras que recibí. Tal vez el resto aprendió en preescolar pero yo me brinque esas lecciones. Tuve que ir a terapia para conocer esta herramienta pero valió la pena pagarle a la psicóloga.
Preguntarle a alguien porque llora es como meter una bolsa de palomitas al microondas.
No puedes meter las palomitas al horno y ponerte a ver tu cel. Van a salir quemadas o las vas a sacar antes y la mitad de la bolsa está todavía sin estallar. Si quieres que esto salga bien, tienes que darle tu atención y tu tiempo.
Lo mismo cuando le preguntas a alguien por qué está llorando o por qué está molesto. Te estás comprometiendo a ponerle atención mientras la otra persona identifica qué es lo que la tiene en ese estado y acompañarla mientras lo va procesando.
Si la interrumpes dando consejos, diciéndole porque no se debería sentir así o te distraes no te sorprendas si la siguiente vez que le preguntas qué le pasa te respondan con un Nada.
Todos sabemos que si pasa algo pero es más el trabajo que representa el verbalizar lo que estamos sintiendo de manera de que lo entiendas y el estarte recordando que necesitamos que escuches no que interrumpas y además tenemos que preocuparnos por cómo vas a tomar lo que estamos diciendo que procesar las cosas por nuestra cuenta.
Si vas a dar apoyo, vale la pena ese trabajo extra.
Si solo preguntas porque te pone incómodo que lloremos y quieres que eso cambie, pues mejor pon tierra de por medio y así tú no te sientes incómodo y yo puedo acabar de manejar mis emociones en privado.
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Esta es la primera parte de una serie de 3 cosas que me gustaría decirle a mi versión de 20 años, entonces me voy a poner personal. Si no es lo tuyo, nos leemos dentro de tres semanas. Si esto es lo tuyo puedes compartirlo con alguien al que le sirva esta lección sobre las lágrimas.