

Discover more from Claudia as a service
De reservaciones y pedidos para llevar
Se recomienda comer antes de abrir este correo. Entrada #76
La semana pasada llevé a mi mamá a un restaurante para celebrar su día. Pequeño, ubicado en la avenida principal de mi ciudad, 15 mesas máximo. El menú cambia cada dos semanas dependiendo de los ingredientes locales disponibles y de lo que el chef quiera preparar. Uno de los chefs va a tu mesa a presentarte cada platillo. Ese tipo de restaurante. Los precios los dejo a tu imaginación. Por eso es que me guardo ese restaurante para fechas especiales.
Hice la reservación vía whatsapp y no fue hasta que estaba frente a la hostess que me di cuenta que había confirmado día, lugar y cantidad de personas pero nunca les había dado un nombre. Apenas le iba a explicar cuando ella con una sonrisa me dijo que había reconocido mi número y había hecho la reservación a mi nombre. Honestamente me sentí especial, sobre todo porque la última vez que yo había ido, había sido a principios del año pasado. No esperaba que me recordaran.
Durante pandemia, hubo una temporada en que cada domingo pedía para llevar en el restaurante de alitas más cercano. Y como soy muy coda para pagar Uber Eats, hacía el pedido por teléfono y pasaba a recogerlo de camino.
Hablaba cada semana a la misma hora: mismo nombre, mismo teléfono como contacto y misma orden: un paquete de boneless individual en la salsa de la casa con un botecito adicional de salsa más picante. Si, ya sabía que tenía costo extra ese botecito. Si, no me importaba pagarlo aparte.
Siempre el mismo platillo, las mismas salsas, la misma cantidad. Incluso era el mismo chico detrás de la barra quien me lo entregaba. Diego se llamaba y nos conocíamos desde mucho antes que el restaurante existiera. Era hijo de un amigo de la familia y me reconoció con todo y cubrebocas cuando me acerqué a la barra a recoger el pedido.
Revisé el pedido y vi que le faltaba el extra de salsa, él fue a la cocina para pedirlo en lo que yo pagaba.
Cada semana la rutina se repetía, hacía mi pedido, pedía el extra, llegaba a recogerlo y Diego iba a la cocina para pedir el extra porque no lo habían empacado. Como el restaurante de alitas tenía su app, empecé a pedir por ahí, esperando que su sistema me recordara o que le hicieran más caso a las notas que agregaba en el pedido. Mismo resultado, Diego seguía teniendo que ir a la cocina.
Para el décimo pedido, cambie de estrategia y le comenté a Diego que tenía pensado seguir viniendo y que mi pedido no cambiaba de semana a semana: si veía un pedido en domingo para ser recogido por una tal Claudia a las 4pm y eran unos boneless tamaño personal, ¿podía preguntar en la cocina si no venía con alguna nota sobre extras antes de recogerlo? Diego me dijo que sí y el siguiente domingo abrí esperanzada mi bolsita de papel con mi pedido. Seguía faltando la salsa.
Honestamente, no culpo a Diego, aunque me distinguía de entre los demás clientes, trabajaba dentro de una de las franquicias de alitas más populares y yo había sido testigo del caos que representaba la hora de las entregas. Más de una vez me quedé en la barra con una bebida de cortesía mientras esperaba que todos los Ubers, Rappis y demás fueran despachados. Después salía mi pedido, pagaba el extra y me iba.
En parte sentía que era mi culpa por estar esperando un nivel de servicio personalizado en un sistema que estaba diseñado para entregar volumen de manera consistente. El pedido siempre estaba listo en el rango de minutos que me decían cuando llamaba, el pollo siempre venía bien cocido y en cantidades similares, la salsa sabía a lo mismo, sin sorpresas. Yo era una clienta entre cientos más que veían ese día. Una clienta que al pedir un extra metía una excepción en el sistema. Una excepción que no podía ser manejada de manera elegante.
Hablando de cientos, aprovecho para darles la bienvenida a los nuevos lectores que se integraron esta semana. Contigo ya somos 196 lectores de este newsletter. Una cantidad más grande de la que alguna vez ha asistido a mis clases, talleres o conferencias. Pero aún es una cantidad imaginable, manejable. Y a comparación de otros newsletters. es una cantidad pequeña. Esto no es para nada una queja, me agrada que sea pequeña, como intenté demostrar con las historias de arriba, ser pequeño da ventajas.
Una de esas ventajas es que puedo contestarles sus comentarios y correos. La otra es que puedo tomar riesgos sobre los temas que cubro en el newsletter. No es lo mismo contar cómo regresaste llorando de tu primera clase de gimnasia ante 150 personas que 1,500 o 15,000. Así que este año me he propuesto tocar temas más incómodos de escribir para mi. ¿Por qué?
Porque existe una intersección entre lo que me pone incómoda y lo que veo que la gente quiere leer porque no encuentra en otro lado. Porque gracias a la recepción que han tenido los dos últimos newsletters (el del yo fantasía y el de mi alergia al ejercicio creada por un comentario de un niño de 7 años), me di cuenta que la conexión con otras personas requiere cruzar un poco la frontera de la vulnerabilidad (y ese pasito es incómodo de a madres).
Cómo les he comentado en newsletters anteriores, desde el principio tuve la opción de hacer dinero de este proyecto y no lo he hecho. Tan es así que dejé de incluir links de afiliados a los libros que llego a mencionar. La intención de sentarme a escribirte cada semana es desahogarme y mandarle señales a esta tecnología de manera que las amplifique y me ayude a encontrar a otro humano frente a una pantalla, que quiera escuchar.
p.d. Feliz día del internet (sin el que no sería posible todo este experimento)