Dos sensatos y una insensata intentan subir una montaña #Entrada 23
¿Cuánto te tardaste?, ¿cuánto tiempo hicieron? Esa era la pregunta que nos perseguía a todos lados cuando estábamos en Vancouver. Se referían al tiempo que te tomó llegar a la cima de Grouse Mountain, una atracción local y obsesión actual de los habitantes de Vancouver que nos daban hospedaje a los estudiantes.
Fue tanta su insistencia que decidimos ir a subir los 1200m de la montaña. Y con decidimos me refiero a Eunice, Geoffrey y yo. Aquí es la parte en la que confieso que soy un saco de papas, floja para todo lo que implica hacer ejercicio y con excepción de la vez que la maestra de atletismo nos puso a subir el cerro, nunca había hecho senderismo. Pero si todos a mi alrededor ya habían subido la montaña ¿qué tan difícil puede ser?
Iba tan poco preparada y sin idea de lo que me esperaba, que el sábado de la excursión llegue en pantalón de mezclilla. De esos pantalones entubados que se usaban hace una década. Y esos pantalones tendrían muchas ventajas pero el rango de movimiento no era uno de ellos. Mis amigos, más activos y con más sentido común, venían en pants.
Y es así como dos sensatos y una insensata empezaron a recorrer el camino a la cima de la montaña.
En una de las pausas para tomar agua y recuperar el aliento, nos quedamos platicando con uno de los senderistas locales, que hacía el recorrido todas las semanas. Ahí nos explicó que por el ángulo de la montaña, todos pueden subir pero pasando cierto punto no se recomienda que bajes a pie a menos de que tengas experiencia, porque la inclinación de la montaña es tal que es muy fácil resbalar e irte rodando hasta que una piedra o un árbol milenario detengan tu camino rompiéndote un par de huesos. En lugar de bajar a pie, hay un teleférico en la cima que con toda seguridad te devuelve a la base de la montaña.
Antes de continuar subiendo, decidí admitir lo que pasaba por mi cabeza: ¿y si nos regresábamos? Aún estábamos en el punto en el que unos novatos como nosotros podían bajar sin riesgo de romperse el cuello pero si seguíamos, en unos quince minutos de caminata no quedaría más remedio que llegar a la cima para poder salir. Mis amigos decidieron continuar y yo con ellos.
Una vez pasado el punto de no retorno, las piernas me quemaban igual pero mi mente estaba en otra parte, sabiendo que el único camino posible era llegar a la cima, había tomado el control de todo mi cuerpo y en lugar de lanzarme dudas y ganas de regresar, lo que hacía era darme ánimo para llegar.
Así fue como a mis 20 años descubrí que soy más persistente de lo que me daba crédito y lo que se siente tener a tu cuerpo y tu mente alineados en lograr un objetivo.
Y así fue también como descubrí estas vistas
Hay dos momentos de esa excursión de los que me siento orgullosa. El primero es obvio, el haber llegado a la cima de la montaña. ¿Cuál crees que sea el segundo?...
El segundo es haber tenido el valor de decir la pregunta incómoda, aquella que te va a hacer quedar mal pero que probablemente todos tienen en la cabeza: ¿Y si nos regresamos? No todos los proyectos son Grouse Mountain, no todo lo que empiezas vale la pena terminarlo, si no te paras a evaluarlo, ¿cómo te vas a dar cuenta si vale la pena continuar? También es una pausa en la que le das oportunidad a alguien que no está convencido de bajarse del proyecto, así continuas con los que si están dispuestos a verlo terminado.
Entre más pasan los años, más me doy cuenta de lo mucho que aprendí en ese mes en Vancouver. Iba a aprender inglés y acabé llevándome lecciones de vida. Una de ellas fue que la realidad es negociable y esa historia la encuentras aquí.
La pregunta
¿Cuál ha sido tu Grouse Mountain?, ¿cuál ha sido ese proyecto en el que la única opción era terminarlo?