En el que comprobé que la realidad es negociable. Entrada #17
Se suponía que estaba en clase. En realidad no dejaba de actualizar mi correo esperando recibir noticias de la beca a la que había aplicado. Lo recibí. Respiré profundamente y leí las palabras que me mandarían a una hilera de conversaciones incómodas con mis profesores: Felicidades, has sido seleccionada para participar en Proyecta 10,000.
La beca cubría mi estancia de un mes en una escuela de inglés en Vancouver, con hospedaje y comidas incluidas. Sólo que había un detalle. El programa era del 1 de junio al 1 de julio. Mi semestre escolar tenía el periodo de exámenes finales del 7 al 15 de junio. De alguna manera tenía que convencer a mis profesores de que hicieran una excepción conmigo para evaluar el examen final.
Con toda la ingenuidad de mis 21 años, fui platicando con cada uno de mis profesores y les expuse la situación. Con todos llegué a un acuerdo distinto para cubrir el requisito del examen final. La negociación más fuera de lo común fue con el profesor de Ingeniería, con el que acordé que la calificación de mi 6a unidad sería el promedio de las otras 5. Me iba a ahorrar por completo el último examen.
Para serte honesta, aún no estoy segura de cómo lo conseguí. Supongo que por un lado los profesores no querían estorbar en esa oportunidad que la universidad había creado para sus alumnos. Por el otro, era fácil confiar en mí, con mi récord perfecto de entregas en tiempo, buenas calificaciones y participaciones en clase.
En retrospectiva, agradezco que tuve la oportunidad de practicar mis habilidades de negociación, porque me esperaba una negociación con apuestas más altas antes de cerrar el semestre.
Dos meses despues estaba en Vancouver, esta vez si poniendo atención en clase cuando me distrajo el zumbido de un mensaje de whatsapp. Aguante hasta la hora de la comida para revisarlo. Cuando lo vi, se me quitó el hambre. “Nos dieron los resultados de la quinta unidad y reprobaste.”
Honestamente, quería meterme debajo de la mesa para ocultar la vergüenza y la tristeza. Cuando te las has ingeniado para pasar los 16 años de educación aprobando cada uno de los exámenes que te ponen enfrente, no consideras siquiera que reprobar es una opción. Un mensaje de whatsapp te habían demostrado que lo era.
No podría haber reprobado un examen peor. En cualquier otra materia, tu calificación final es el promedio de los 3 parciales, entoncessi reprobaba uno, los otros dos tenían suficientes puntos para hacerme pasar. Pero las de ingeniería iban por unidades, no parciales y necesitabas aprobar cada una de las unidades para aprobar la materia. Además que el trato con el profesor de esa materia era que mi calificación de la 6a unidad era el promedio de las 5 anteriores.
Había tres posibles soluciones para arreglar esa calificación.
La primera era volver a tomar la materia, que no impartían hasta dentro de un año y por ende, mi titulación se iba a retrasar ese año completo. No me quería imaginar el drama que armarían en mi casa si eso pasaba.
La segunda era hacer el Extraordinario de la materia, aunque eso descartaba la opción de que pudiera competir por una Mención Honorífica al graduarme, algo por lo que yo había trabajado los cuatro años de la carrera. Cuatro años de esfuerzo tirados a la basura pero al menos conseguiría graduarme en tiempo.
La tercera era mandar el correo más convincente de mi vida hasta ese momento, solicitando un examen de recuperación a destiempo.
¿Se acuerdan que las materias de ingeniería te requieren pasar todas las unidades para pasar la materia? Bueno, para evitar que los alumnos acaben en Extraordinario, al terminar tus exámenes del semestre, existía un examen de recuperación, en el que tenías dos horas para hacer los exámenes de todas las unidades que reprobaste. Si pasabas el examen de recuperación, tu calificación se sustituye y asunto arreglado.
Revisé con mis compañeros, el examen de recuperación estaba programado para el Lunes, yo volvía el Jueves y el Viernes era el último día para entregar calificaciones.
Básicamente tenía que escribir un correo que convenciera al profesor de hacer una segunda aplicación del examen para una única alumna en el último momento posible y que siguiera en pie el trato de tomar la calificación de la última unidad como promedio de las otras cinco, porque la tarde del Jueves no me alcanzaba para estudiar el material de ambas unidades.
Estaba plenamente consciente que le estaba ocasionando un dolor de cabeza enorme al profesor, ese que tan amablemente ya había hecho una excepción por mi una vez. Pero ser incómoda no iba a detenerme de intentarlo. Redacte el correo, lo revise. Lo volví a escribir y lo mande.
Me disculpaba por no haber estudiado lo suficiente para el examen reprobado. Admitía que me había confiado y por eso no me dió tiempo de contestar más allá de la mitad del examen. Y por último le pedía al profesor que me diera la oportunidad de volver a presentarlo pero en Viernes, porque era cuando estaba de regreso. ¿Su respuesta? No, porque ese Viernes ya tenía programado examen en otra de las universidades en las que daba clase.
Sentí una piedra en el estómago al leer su respuesta. Pero si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va la montaña. Le respondí preguntando si consideraría aplicar el examen si yo iba a la otra universidad en el horario que él me indicara. Funcionó. El profesor accedió a repetir el examen y a omitir el de la última unidad.
Yo pase el semestre, me titulé en tiempo y obtuve la mención honorífica como si nada se hubiera desviado del plan.
Si bien, no recuerdo mucho de lo que aprendí en esa materia de ingeniería, la lección que me dió ese examen reprobado se quedó conmigo. Puedes quedarte con las opciones del reglamento o puedes pedir que consideren opciones fuera del menú. La realidad es negociable, diría Tim Ferris.
¿Tienes algún ejemplo en el que conseguiste una opción fuera del menú? Me encantaría leerte.
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Te veo el próximo miércoles con una nueva lección.