Es 1928 y barcos cargados de materiales cruzaban el Amazonas para ser desembarcados a orillas del río Tapajo, después de un trayecto de 18 horas para llegar a su destino: Fordlândia.
A esos barcos de materiales le siguieron otros más cargados de muebles y de gerentes norteamericanos. Los muebles iban destinados al comedor, el hospital y las casas de la Villa Americana. Los gerentes iban destinados a administrar a la población local que iba a ver su vida transformada por la Ford Motor Company.
Porque Ford veía Fordlândia como la oportunidad de poner en práctica todas las lecciones aprendidas en su montaje de línea de producción pero está vez aplicadas a la agricultura.
Mientras sus trabajadores norteamericanos hacían las operaciones de montaje de automóviles, sus trabajadores brasileños estarían extrayendo el caucho de los árboles. Ambos con un reloj checador, ambos con un horario de 9 a 5 y ambos con un sueldo decente que les permitiera comprar los productos que ellos mismos elaboraban.
Porque Ford había hecho el fascinante descubrimiento que si tratabas bien a los trabajadores, ellos se volvían leales con la empresa y duraban más tiempo en sus puestos. Y tratarlos bien incluía no solo el salario, sino escuelas para sus hijos, una tienda con las herramientas más modernas, un hospital limpio y equipado y para cerrar con broche de oro: un comedor atendido por meseros.
Un puesto en la compañía de caucho de Ford suena ideal, incluso para un trabajador moderno. Y aún así, los gerentes americanos eran incapaces de retener a los trabajadores. ¿Será que los habitantes eran flojos y no les gustaba trabajar?, ¿será que al ver las condiciones ofrecidas por Ford, los otros dueños de plantaciones decidieron dejar de esclavizar a sus trabajadores y pagarles un sueldo competitivo?
Ni lo uno, ni lo otro. Ford, en su arrogancia, había llegado a imponer la manera de trabajar en el norte de Estados Unidos a una ciudad en la mitad de la selva amazónica, cercana al Ecuador.
Había impuesto su horario de 9 a 5 sin averiguar primero porque los trabajadores solían tener un turno partido: empezaban muy temprano por la mañana, cuando el sol salía, paraban a mediodía a descansar y regresaban por las tardes a terminar el trabajo. Y cuando tienes que trabajar bajo el ardiente sol ecuatoriano, el horario de los trabajadores tenía mucho más sentido: hacían el pesado trabajo manual en las horas que tenían luz y un sol más benevolente.
Y el horario no era la única condición en la que Ford pretendía imponer su cultura sin tener en cuenta las costumbres locales.
Como había conocido a su esposa durante un baile, intentó que los bailes country fueran la diversión de Fordlândia. Y además quiso promover el golf y la jardinería como pasatiempos. Spoiler: ninguno fue realmente popular.
Cómo él era abstemio, prohibió la venta de bebidas alcohólicas en su ciudad. Y no pudo más que hacer berrinche cuando un emprendedor puso su bar y burdel justo afuera de su territorio, atrayendo a los trabajadores que querían echarse una cervecita después de su turno.
Pero la gota que derramó el vaso fue la comida. Ford era vegetariano y quiso obligar a los trabajadores a comer como él, sin darles alternativas y sin considerar que muchas veces, la comida llegaba en mal estado.
En 1930, estalló una huelga, Mientras los gerentes huían, los trabajadores destruyeron parte de las instalaciones, especialmente los relojes checadores que tanto odiaban. Al final, fue necesario retomar el pueblo con la ayuda del ejército de Brasil.
Esta es la parte de la historia en la que tú y yo consideraríamos o abandonar por completo la empresa o bien, considerar las opiniones de los trabajadores, de manera de encontrar una manera de trabajar que haga que las dos culturas convivan en paz.
Pero tú y yo no somos Henry Ford. No tenemos una leyenda que nos respalde. No tenemos años de terquedad acumulada que nos permitió comenzar una gran empresa desde cero. No creemos que somos invencibles y que sabemos más que los expertos, porque nuestra experiencia pasada nos demuestra que podemos resolver casi todo y que los expertos solo sirven para detener la innovación con sus dudas, sus advertencias y su falta de temeridad.
A fin de cuentas, si Ford había fracasado en influir en los trabajadores, todavía quedaba la parte de administrar la plantación agrícola como si fuera una fábrica industrial. Tal vez ahí Ford si consiguió demostrar su genialidad y probar que los expertos estaban equivocados cuando le sugerían plantar menos árboles por metro cuadrado.
Pues tampoco. Nuevamente, el orgullo de Ford le impidió escuchar una opinión sensata.
Ford mandó plantar los árboles uno tras otro, imitando las líneas de producción de sus fábricas. Este estilo de plantación funcionaba en Asia, dónde no había insectos ni plagas que atacaran a la plantación. En Brasil, tierra de origen del árbol del caucho, plantar los árboles tan cerca uno del otro era la receta segura para que plantaciones enteras se perdieran, ya sea por una invasión de insectos o de hongos. Temporada tras temporada los árboles morían y seguían siendo plantados de la misma manera.
Ford continuó con el proyecto durante 15 años más. 15 años más en los que siguió ignorando la voz de los trabajadores y los expertos. Finalmente, cuando Ford le heredó la empresa a su nieto, Fordlândia fue vendida al gobierno local y dejó de representar un gasto para la empresa.
Al final, todo el genio de Henry Ford no le sirvió para compensar su falta de apertura a escuchar. Todo su ego le impidió conocer la cultura con la que estaba lidiando y las razones para que las personas actuasen como lo hacían. Quiso llegar a imponer su manera de ver las cosas, no a proponer un cambio que mejorara las condiciones. Y todo su dinero no logró cambiar los resultados de cometer los mismos errores una y otra vez.
Gracias por leerme durante este año. Espero que, si celebras estas fechas, las pases de una manera agradable y nos vemos la próxima semana. Estoy preparando la lista de las mejores historias con las que me topé este 2022.