Había una vez un club de lectura.
Había una vez un club de lectura informal que se fundó cuando empezó la pandemia. El primer libro lo escogieron las fundadoras pero a partir del segundo se toparon con un problema: ¿cómo iban a escoger el siguiente libro?
Decidieron hacerlo a través de votaciones. Cada integrante proponía un libro con un pequeño texto y después los demás daban su voto abierto. El libro que fuera mencionado más veces era el libro a leer en la siguiente reunión.
Emocionados, los integrantes del club de lectura empezaron a comprar los libros seleccionados y a juntarse los domingos para discutirlos. Todos ya tenían idea del libro con excepción de S. S llegaba con razones por las cuáles no había tenido tiempo de comprar el libro. O tal vez si lo había comprado pero no lo había leído.
A todos se nos complica la vida así que los primeros dos libros que S no leyó, lo entendimos. Los únicos libros para los que S mágicamente encontraba tiempo de leer eran los libros que proponía. Si su libro ganaba en la votación, S llegaba listo a la sesión.
Y así nos aventamos 8 libros en el club de lectura. Era un poco incómodo no poder discutir ciertas partes de un libro porque S aún no las leía. Era un poco molesto no poder hablar del final del libro porque en la siguiente sesión S aún no lo había ni empezado.
Pasados un par de libros, S dejo de darnos razones para llegar sin haber leído el libro. Al parecer si no le gustaba, pues no lo leía. Eso sí, S era la primera persona en proponer libros cuando abríamos la votación.
Por esas fechas me explicaron el experimento de la manzana podrida.
El Dr Will Felps estaba estudiando la dinámica del trabajo en equipo. Los equipos tenían 3 o 4 estudiantes universitarios y 1 actor que actuaba como “manzana podrida”. El Doctor veía el impacto en el equipo. Los equipos con la manzana podrida hacían de 30 a 40% menos. Y los demás integrantes empezaban a comportarse como la manzana.
Bueno, pues yo creí haber encontrado una manzana podrida en mi club de lectura: S.
No estaba segura si los demás también percibían que S nos trataba como su club de lectura personal porque solo ponía el esfuerzo cuando quería hacernos leer lo que era de su gusto y nos ignoraba completamente cuando no lograba convencernos de leer lo que quería. Para mi S era un niño que solo venía a jugar cuando escogíamos los juguetes que él quería.
Así que organicé un golpe de estado antes de la siguiente votación. En lugar de proponer un libro, puse en el piso la regla de que tenías que haber leído el libro anterior para poder mandar un libro a votación.
A diferencia de muchos dictadores, mi golpe de estado si prosperó. Resultó que no era la única en el grupo a la que le molestaba la falta de compromiso de S así que por mayoría, la regla fue aprobada. S dejó de interactuar con el grupo y lo abandonó unos meses después. Yo había conseguido “votar” a la manzana fuera del club. El club va a celebrar su cuarto aniversario en este 2024.
¿Y qué hubiera pasado si la mayoría del grupo no hubiera votado por la alternativa que proponía? Hubiera sido yo la que se hubiera salido. No en plan de berrinche, simplemente era una dinámica en la que yo no estaba interesada. No todos los equipos son para ti y hay que reconocerlo.
Ahora, tuve la suerte que está manzana no estaba en un equipo de trabajo, porque ahí es más complicado. En esos casos solo tengo un consejo, el dejar que las cosas caigan por su peso.
Solía ver las tareas del equipo como responsabilidad del equipo y si alguien no hacía su parte, yo lo cubría para que no se notara que estábamos fallando como equipo. Eso arregla el problema a corto plazo hasta que tenía tanto de mi trabajo personal que ya no podía cubrir el trabajo faltante. Así que, aunque quedáramos mal, deje de cubrir lo que no era mío.
Eventualmente o la persona cambia de actitud o cambia de equipo. Y si eso es algo que se tolera, entonces tal vez es momento de considerar cambiar tú de lugar.