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Hace 10 años, mi entonces novio mencionó que su pan favorito eran los muffins de blueberry de Starbucks. Yo, sin haber tocado un horno en mi vida, decidí sorprenderlo y regalarle unos.
Una amiga que horneaba con su abuela me pasó una receta. Mi prima decidió ser mi cómplice en esta aventura culinaria. Mi primer reto fue encontrar los arándanos.
Hoy, encontrar arándanos frescos en un sitio semi desértico como el que vivo, es fácil. Una década atrás me costó varias visitas a fruterías y supermercados hasta que por fin, del otro lado de la ciudad, en el único Superama, encontré una bolsa de arándanos congelados. Los quería frescos pero una se adapta a lo que hay.
Compre dos sets de capacillos (ese papelito que va en la base), unos rojos, de los comunes para la prueba; y otros decorados en azul y morado, para que coordinaran con los muffins que iba a regalar.
Un domingo de esos en familia, mi prima y yo empezamos a medir ingredientes. Mi mamá sacó su batidora, esa que le dieron en su despedida de soltera y que 28 años después sigue funcionando.
Sonó la alarma de la primera tanda de muffins. De sabor bien, pero en mi apuro de saber si la receta funcionaba con arándanos descongelados, los puse demasiado pronto y se batieron con el resto. Los muffins quedaron morados. No muy apetecibles.
Después de otras 2 rondas (en las que agregamos los arándanos al final), consideramos que ya sabíamos prepararlos.
Días después llegó la prueba de fuego, hornear los muffins y entregarlos como prueba de mi cariño.
Estrené los capacillos decorados.
En estos 10 años, jamás he visto que mi novio pida un muffin de arándano. Hoy le pregunté si se acuerda cuando le regale unos y me confesó que no. Nada. Cómo si esos muffins no hubieran existido.
Y sin embargo yo estoy segura de que los hornee.
Y estoy segura porque esos muffins fueron el inicio de mi amor por la repostería.
En esta década he metido al horno desde pasteles de cajita hasta pan de muerto, pasando por empanadas rellenas de pan de mermelada casera y galletas de mantequilla.
Hornear me ha permitido expresarle a los demás mi cariño.
Me ha ayudado a ganarme un lugar en la familia política (es otro nivel de confianza cuando te comparten la receta del pay de queso familiar).
Hornear me ha ayudado a reparar relaciones y a traer alegría a familiares enfermos cuando llegas con su postre favorito aún caliente del horno.
Tener una casa con olor a mantequilla y azúcar hace que los días grises se sientan menos grises.
Y todo esto gracias a un muffin de arándano.
Así es la vida, nunca sabes qué te va a gustar hasta que te animas a intentarlo.
¿Qué es lo que intentaste por curiosidad y se convirtió en algo que disfrutas hacer?