El algoritmo que todo lo ve (y escucha) detectó que estoy tomando clases de natación y comenzó a sugerir videos relacionados. El último video que vi detalla la técnica de respiración en el nado libre. Decidí probarlo durante las vueltas de calentamiento, ya que mi enfoque previo consistía en retener el aliento y nadar sin interrupciones hasta que si o si tenía que salir a respirar. La lógica era que al aguantar más sin salir a respirar, reduciría las pausas y completaría la rutina más rápido.
Para practicar lo del video, decidí respirar cada tercer brazada en el calentamiento, pasando de 4-5 respiraciones por tramo a 8-10. Sorprendentemente, esta técnica me permitió mantener un buen nivel de energía sin descansar, incluso durante la clase.
Al final de la clase, repetí un experimento de nadar rápidamente 50 metros, comparándolo con un intento anterior. Aunque fui más lenta, logré dar dos vueltas adicionales sin quedarme sin aire.
Reflexionando sobre la diferencia entre dos clases, noté que en una había empujado al máximo con pausas más largas, mientras que en la otra, las pausas para respirar eran parte del ritmo normal. Esto me hizo pensar en cómo enfoco los proyectos en mi vida fuera de la alberca.
Cuando recién me mudé para empezar un trabajo nuevo, dejé que ese trabajo fuera el centro de mi vida. Luna, la pobre perrita que mis roomies dejaron al mudarse se la pasaba la mayor parte del día sola en el patio, porque yo salía antes de las 8 de la mañana y regresaba después de las 8 de la noche, y eran solo sus ojitos reprochadores los que me convencían de sacarla a pasear, aunque estaba tan cansada que lo que quería era cenar e irme a dormir.
Al menos Luna me obligaba a salir de la casa, cuando mis roomies por fin decidieron ser responsables y regresar por ella para llevarla a su nueva casa, perdí el pretexto para acordarme que había mundo más allá de la oficina.
Mis únicas pausas para respirar eran los viajes que hacía para visitar a mi familia o a mi novio. Me volví experta en dormir en los camiones o tal vez era que estaba tan cansada que podía dormir donde sea. Estaba intentando alargar al máximo la respiración y nadar tan rápido como pudiera, sin ver lo que me iba a costar recuperarme.
Afortunadamente, decidí mudarme a un departamento que estaba a una cuadra de la catedral. El estacionamiento gratis no existía pero todo lo demás si. Me inscribí a unas clases de zumba que quedaban a 10 minutos a pie, iba a clases de dibujo con el hermano de mi vecina que estaban a dos cuadras y al menos una vez a la semana iba al mercado por los ingredientes frescos para hacerme de comer.
El trabajo seguía igual de intenso que siempre pero ya no era la única actividad que tenía programada. Mis pausas para respirar incluían hacer ejercicio, socializar y expresarme artísticamente. Y estaban programadas dentro de mi horario, así que no desaparecían bajo el pretexto de que tenía mucho trabajo.
Cuando iba de visita, iba de mejor humor y con más energía. Ya tenía cosas que contar y si quería aprovechar la vuelta a Monterrey para irme a trepar cerros, ya tenía condición para andar de turista en las grutas y cascadas.
Hay momentos para darlo todo y acabar cansadísimo pero feliz de haber cumplido. Sin embargo, la mayoría de los proyectos que tenemos son carreras de kilómetros de duración, no sprints de 400 metros. Entonces, para mi siguiente proyecto a largo plazo, tengo que asegurarme de estar incorporando esos huequitos para respirar dentro de la trayectoria. A fin de cuentas, esos huequitos me dan aire para seguir sin perder el impulso que ya traigo.