Te doy permiso de ser grosera
La mitad de la diversión de la noche consistia en verla en la pista de baile. Mi amiga era de esas criaturas que pareciera que existen solo para recordarte que la vida es injusta: bonita, inteligente, segura de sí misma y ayudada por las clases de baile que había tomado el último semestre, se movía con tanto gusto y tanta gracia que era imposible no voltear a verla.
Estábamos en una edad en la que poder comprar alcohol todavía era novedoso. Yo me había limitado a una bebida en el bar al que pasamos antes para precopear. No por falta de curiosidad, sino porque la botella del ron que habíamos pedido para la mesa cuando la mezclabas con coca sabía tan dulce que me daba náuseas. El resto del grupo, que no tenía mis inconvenientes, se habían encargado de terminarse las botellas.
Para salir teníamos que pasar por la barra y ahí fuimos interceptadas. Dos señores que formaban parte del grupo de admiradores de mi amiga nos ofrecieron un par de cócteles.
Mi amiga, envalentonada por los tragos que ya traía dentro, aceptó y el bartender le prendió fuego a la copa. Yo apenas estaba averiguando cómo rayos le hace una para tomarse algo que tiene flamas cuando me ofrecieron el otro trago que estaba en la barra. Les dije que no. Entonces qué quería me preguntó el otro señor. Agua, conteste con demasiada sinceridad. Tenía la boca seca de haber estado bailando toda la noche. Me respondió que mejor le pidiera al bartender un vaso de leche y un cuento.
Tal vez solo se estuviera haciendo el payaso, tal vez lo hizo para provocarme y que acabara pidiendo algo solo para demostrarle que no era la niña pequeña que su comentario implicaba. Tal vez solo quería ponerme en ridículo después de que yo lo hubiera rechazado. Nunca lo sabré porque en ese momento me marcaron para avisarme que ya habían llegado a recogernos. Lo que sí sé es que me sentí tan humillada en ese momento que no se me ha olvidado.
Once años después me encontraba de nuevo en las orillas de una pista de baile, acompañada de otra amiga que se estaba dejando el alma al ritmo de la canción. Solo que esta vez era el after de una boda a la que habíamos ido la noche anterior, en lugar de dj había una bocina y los tragos eran gratis porque el hotel era todo incluido. Y en lugar de estar bailando, estaba yo en las orillas platicando con los demás invitados.
Curiosa, le pregunté a uno de los amigos del novio qué estaba tomando. Ya ni me acuerdo que era pero cuando fue a la barra a hacerle refill, me trajo uno. Lo probé, no me desagradó y le fui dando sorbitos mientras seguíamos la plática.
Cuando él se terminó su vaso se ofreció a traerme un nuevo trago. Le dije que no, que el mío todavía iba por la mitad y así estaba bien. Empezó a dar lata que me lo tomara más aprisa. Lo ignoré y seguí en la plática.
Media hora más tarde, cuando apenas me lo estaba terminando, me ofreció traerme otro trago, el mismo o cualquier otro que yo quisiera. De nuevo rechace su oferta. Cuando regreso lo hizo con dos cócteles en la mano. Uno para él y el otro para mí. Se puso de pesado con que le aceptara la bebida, que la había traído especialmente para mí, que tenía que aprovecharla porque la barra ya iba a cerrar, que estaba seguro de que me iba a gustar.
Habiendo comprobado que al parecer No era una palabra fuera de su vocabulario, mi única respuesta fue que me resultaba un poco sospechoso tanta insistencia en ponerme borracha. Se le cayó la sonrisa cuando entendió lo que implicaba la frase y me miró ofendido. Poco después se fue para hablar con otros invitados. Mi amiga se cansó de bailar y nos regresamos a la habitación.
¿Fue lo más amable implicar que su comportamiento se parecía al de alguien que emborracha a otra persona para aprovecharse de ella? No. Pero aquí estaba aplicando la segunda lección que me gustaría que mi yo de 20 años supiera: Tienes todo el permiso de ser “maleducada” cuando la situación se pone incómoda.
Muchas veces por no hacer un escándalo, o porque no vayan a pensar que somos groseras aguantamos un chiste que pretende ser gracioso pero es cruel, que alguien se acerque más de lo que queremos, contestar una pregunta de algo que no les incumbe en absoluto o en mi caso, aceptar una bebida alcohólica. Todo por seguir siendo amables.
Si bien todas las conversaciones empiezan amables y educadas, que la situación acabe igual de cordial no sólo es tu responsabilidad tuya sino de la otra persona.
Si a la otra persona no le importa seguir insistiendo hasta el punto de que tú te sientes mal, esa persona no se merece que seas educado.
Ya intentaste redirigir la conversación, ya le dijiste que No de buena manera, ya pusiste distancia física.
Si después de todo eso, sigue empujando, tienes todo el permiso y todo el derecho de dejar de intentar de mantener las cosas agradables y hacerlo sentir la incomodidad de la situación. Quedarte en silencio en lugar de reírte del chiste, explicarle lo mal que suena lo que acaba de decir o simplemente irte.
Más vale grosera pero segura que educada y en peligro.