Tres sugerencias para vivir entre dos
Uno de los rituales de la vida adulta es dejar el nido para irte a vivir con un desconocido. Ya sea que rentes una habitación junto con otros estudiantes o compañeros del trabajo, que hayas decidido compartir casa con aquella persona que hace latir tu corazoncito, tarde o temprano vas a vivir con alguien que no tenga relación de sangre contigo.
Así que aquí te van tres de las cosas que he aprendido compartiendo casa y que me ayudan a que sea una experiencia positiva.
Negocía durante la luna de miel.
Con luna de miel me refiero a esa primera semana en la que recién te instalaste, aún no hay tiempo de tener malentendidos y ambos están en su mejor comportamiento porque no saben qué onda con la otra persona.
Esa buena voluntad hay que aprovecharla para asignar responsabilidades: ¿quién va a lavar los baños? ¿con qué frecuencia?, ¿qué cosas hacen entre los dos y qué cosas hay presupuesto para pagarle a alguien más que las haga? ¿qué cosas detestan, toleran y hasta les gusta hacer?, ¿para qué son buenos?
Por ejemplo mi pareja odio lavar los trastes y es mejor que yo escogiendo las frutas y verduras, entonces acordamos que él hace el mandado y yo me encargo de lavar los trastes, con la condición de que él necesita dejar en el fregadero todos los trastes que ensucie.
De esa manera, no pasa que cuando llegas cansada del trabajo te encuentras con una pila de trastes sucios que creíste que la otra persona iba a lavar porque de seguro tiene ojos y los vio cuando pasó a la cocina a servirse agua.
Cuando vivía con una enfermera, la regla era que cada quien lavaba lo que ensuciaba antes de que se terminara el día, de esta manera evitábamos que cuando la otra persona quisiera usarlo no pudiera usarlo porque estaba sucio.
Diferentes relaciones pero en ambas llegamos a un acuerdo. No te digo que con esto se van a acabar las peleas, pero si las reduce bastante y hablando de peleas, vamos al punto #2
Vete a dormir enojada.
Si, ya sé que voy contra la cultura popular de nunca se vayan a dormir peleados.
Mi razonamiento es el siguiente: vete a dormir enojado y si cuando despiertas a la mañana siguiente te sigue molestando, entonces si, busca platicarlo y llegar a un acuerdo o una disculpa.
Muchas veces una buena noche de sueño y una comida arreglan más que una discusión a medianoche en la que ambos le dan vueltas al mismo argumento por treinta minutos sin llegar a nada. Eso sin contar que dar un par de horas de distancia te ayuda a identificar exactamente qué fue lo que no está dentro de tus expectativas y qué fue lo que te lastimó.
El que lo va a utilizar decide la compra.
Cuando empecé a vivir con mi pareja cada quién llegó con sus ollas.
Yo tenía un sartén mediano, una olla chica y una olla grande que mi mamá se encontró por ahí una vez que limpiamos el clóset.
Él llegó con un set precioso de cerámica que incluía una crepera (que usamos de comal, no somos franceses), una olla mediana y dos sartenes. El set era nuevo y lo compró porque le pareció de la calidad de esa que compras una vez en la vida y te da servicio hasta que tus hijos se gradúan de la universidad.
Comparando nuestros sartenes tuve que darle la razón, aunque los dos eran antiadherentes, el suyo calentaba más parejo y me conservaba la comida caliente más tiempo.
Y sin embargo, el sartén está ahorita guardado en su funda de tela al fondo del closet y el mío está arriba de la estufa, ¿por qué? Porque su sartén tiene tres grandes desventajas: la primera es que tengo que calentarlo a fuego bajo y esperar el doble del tiempo que el mío para que llegue a la temperatura que necesito, la segunda es que hay que lavarlo con toda la delicadeza del mundo para que no se talle y la tercera es que es pesadísimo y no tiene una asa adicional para poder manipularlo con dos manos.
Los primeros meses intenté usarlo y mejor terminaba sacando mi sartén de siempre, no me arriesgaba a que se me torciera la muñeca cada que lo levantaba y ya sabía yo cuánto se tardaba en calentar.
Con las ollas pasó algo parecido, con las dos que me dió mi mamá la pequeña tenía buen tamaño para calentar la comida para dos y la grande era suficientemente grande para hacer un spaghetti a la boloñesa, mientras que la olla mediana que él trajo quedaba incómoda porque le sobraba espacio para calentar o bien se llenaba tanto que no podía darle la vuelta a lo que estaba preparando. Por algo mi mamá me regaló específicamente esas dos del set.
Así que cuando tuvimos la necesidad de comprar una licuadora, la que anduvo revisando modelos, reseñas y demás fui yo, porque yo era la que la iba a estar usando el 90% del tiempo y lo importante es que cubriera mis necesidades. En cambio todo lo de tecnología que tenemos en la casa: alexa, los focos inteligentes, las bocinas de mi compu, lo compra él porque él es el encargado de conectarlo, dejarlo funcionando y darle mantenimiento.
¿Qué otra sugerencia agregarías?