Un camello en Manzanillo
De seguro ya te has cruzado con la historia de los camellos en caravana. En caso de que no, aquí te doy el resumen. Dicen que las caravanas cuando compran nuevos camellos para ayudarlos a cruzar el desierto los amarran del cuello a unos palos encajados en la arena. Cuando el camello quiere escapar, la cuerda lo detiene. Pasan los meses y los caravaneros dejan de amarrar la cuerda al palo, con que el camello sienta la cuerda alrededor del cuello es suficiente para que no intente correr.
Pijamadas, el after de la graduación en casa de fulanito, viajes a la playa con los compañeros de la carrera, todas esas fueron cosas de las que me perdí porque simplemente no tenía permiso. No importaba mi comportamiento, mis buenas calificaciones, cuanto rogara, simplemente no había permiso y ya. Incluso cosas cómo llegar pasadas las 11 a casa de mis papás me ganaban un regaño.
Y aún así había periodos en las que no me aplicaba eso de su casa, sus reglas: un semestre de intercambio en otro país, un verano de investigación en otra ciudad. Hasta uno que otro reclamo de que quién me manda ser tan independiente me dejaron creyendo que era un camello libre. A fin de cuentas, aunque sentía el nudo jalarme no dejaba de meterle presión en sentido contrario para poder ir hacia donde yo quisiera.
Hasta que un buen día, esa situación de independencia dejo de ser temporal para convertirse en permanente. A cambio de una renta tenía la libertad de horario y de movimiento que yo me impusiera. Era realmente un camello con la disposición de recorrer el desierto a mi gusto. O al menos eso creía.
Mi primera sospecha de que era un camello de caravana se dió una noche en la que nos terminaron cerrando la puerta del café en la cara a unas amigas y a mí. Pasaban de las 11 y mi primer instinto al ver el reloj fue reportarme y avisar que iba a llegar pasada la hora límite. ¿Pero avisarle a quién? ¿A mi misma? Ya no tenía hora de llegada y seguía actuando como si estuviera amarrada a un palo en la arena.
La segunda y tercera prueba se presentaron de manera similar. Una cancelación de último minuto dejo abierto un lugar para viajar a otro estado, con la condición de que empacara esa misma noche y saliera mañana temprano. Tenía el tiempo, tenía el dinero y no tenía que pedir permiso. Y aún así mi primera reacción fue encontrar razones (pretextos) para decir que no.
Tenía todo a mi favor pero también tenía el hábito de ser la que no puede ir. Estaba tan condicionada que mi primer instinto era quedarme en lugar de salir. Estas situaciones me obligaron a aceptar que una parte de mi seguía siendo un camello de caravana.
Puede que no te identifiques con nada de lo que escribí arriba pero te prometo que en algún aspecto, tú crees que eres camello libre y en realidad eres camello de caravana. Cuando lo que crees que harías y lo que en realidad haces son diametralmente opuestos, ahí tienes tu camello.
¿Y cómo dejas de ser camello de caravana? Empezando a alinear lo que dices con lo que haces. Así que te escribo estas lineas desde la playa.