3 respuestas correctas. Tres opciones rellenadas con el lápiz #2 que era el único permitido para contestar el examen. Esas tres respuestas fueron el principio de un camino que terminó con mi corazón roto pero mi intuición diciéndome al oído que había hecho lo correcto.
Víctor y yo teníamos 17 años y dos meses de relación. Ambos estábamos esperando los resultados del examen de conocimientos generales que te hacen al terminar la prepa. Esos resultados nos iban a acumular puntos para ser aceptados en la Universidad Autónoma del estado. Y cuando quieres entrar a Medicina, cada punto cuenta. Víctor venía de familia de médicos y quería seguir con la tradición familiar.
Al fin pegaron la hoja con los puntajes y salí corriendo a la cafetería para comentarle cómo me había ido. Víctor estaba feliz, 1300 puntos lo ponían dentro de los percentiles más altos y le daban cierta ventaja. Yo le comenté que había tenido 1350 y espere que se alegrará por mí. Me quedé esperando porque en lugar de alegrarse, se enojó porque me había ido mejor que él. La conversación pasó de los puntajes a cómo estaba estresado por no saber si iba a poder entrar o no, cómo iba a decepcionar a sus papás si no lo conseguía. Esta era mi primera relación “seria” así que me fui con el guión de que debía ser una novia que lo apoyara y en lugar de intentar nuevamente que me felicitara, cambié a modo consolarlo y calmarlo.
La que no encontraba calma ni consuelo era mi voz interna. Odio el conflicto y trato de evitarlo lo más que puedo, así que cada que alguien se molesta conmigo, mi voz interna analiza lo más que puede, para ver dónde estuvo el error y cómo podemos evitar que vuelva a pasar.
Normalmente eso funciona, pero aquí sólo veía dos opciones si me imaginaba la relación continuando en la universidad.
La primera opción era mentir y contar las cosas de manera que él siempre tuviera mejores resultados que yo, así podía evitar que se fuera a enojar conmigo otra vez. Claro que probablemente se enojara peor cuando las mentiras se acabaran descubriendo, lo que me llevaba a la opción dos: dejar de intentar, tener cuidado de no destacar en nada y en especial si nos podían comparar directamente, de esa manera no tenía que mentir y él no se iba a sentir intimidado.
Si el párrafo que acabas de leer te parece una de las estupideces más grandes que has recibido por correo, ya somos dos. Aquí te cuento lo que realmente pasó, no lo que me hubiera gustado que pasara y esas dos fueron las opciones que mi yo de 17 años consideró seriamente para poder cumplir con el rol de “novia perfecta” que había sacado de sabe Dios dónde. Tan es así que para resolver el conflicto asumí que YO era la que estaba mal, en lugar de ver lo que claramente veo el día de hoy: eran las inseguridades de ÉL las que causaban el problema.
Afortunadamente mis tripas decidieron que ya habían esperado suficiente para entrar en la conversación e intervinieron: “no es correcto que para estar bien en una relación tengas que limitarte, que hacerte menos.” Lo mirara por donde lo mirara se sentía mal. Es como cuando le pones limón amargo a una sopa de fideos, por muy rica que esté y muy emocionado que estés de comerla, esa amargura que te queda después, te impide disfrutarla.
Fue gracias a mis tripas que entonces, me hice la pregunta adecuada: ¿quería yo estar en una relación en la que no pudiera hacer lo que yo quisiera y tener los mejores resultados que podía tener sólo por miedo a cómo fuera reaccionar la otra parte de la relación? Y así como tres respuestas correctas me habían metido en este lío, fue otra respuesta correcta la que me sacó de él: No, no quería yo estar en una relación así, fuera de pareja o de amistad o laboral (e incluso familiar).
Para terminar bien esta historia te contaría que al día siguiente corté con Víctor. En realidad no fue así, la relación siguió durante un mes más con esa incomodidad de dos personas que quieren terminarla pero no se animan hasta que yo decidí terminarla por mensaje de texto el día del cumpleaños de Víctor. Después de tan espectacular cierre, pasamos evitándonos el uno al otro lo que quedaba del semestre.
La siguiente vez que supe de él fue cuando estaba dos lugares adelante en la fila para entregar los papeles de admisión en la universidad. Víctor consiguió su lugar en Medicina y yo entré a Ingeniería. Por lo que pude platicar con una compañera de la secundaria que fue compañera de él en medicina, Víctor maduró mucho durante esa temporada, se enamoró de otra futura médica y se casaron hace un par de años. De todo corazón le deseo lo mejor ya que si bien él y yo fuimos una pareja mal avenida, él me dió una de las lecciones más importantes y le agradezco que me la haya enseñado antes de cumplir mis 20.
Antes de irme, quisiera pedirte un favor, si tienes hijas o hijos, cuéntales la historia de este correo. O mejor, si tuviste un Víctor en tu vida (haya sido hombre, mujer o cualquier género) cuéntales tu propia historia. Que sepan que si se siente mal dejar de brillar para no molestar a otros, es porque ellos no son el problema.
p.d. Todavía ni entraba a la universidad y ya me estaba ganando lecciones. Si quieres ver que más aprendí, te dejo este artículo.