Antes de salir, tu mamá te encarga que laves los trastes. Te da una flojera enorme pero lo haces, incluyendo las ollas. Ya que en eso andas, los secas también y los acomodas. Cuando tu mamá regresa, esperas un gracias, porque hiciste más de lo que te pidió. En lugar de eso recibes un regaño, porque no sacudiste los gabinetes ni dejaste la cocina barrida y trapeada. Te quedas pensando que para la próxima, si de todas maneras vas a recibir un regaño en lugar de un gracias, mejor ni lavas los trastes. Total, da lo mismo.
Tu jefe llega con la fabulosa idea de trabajar los viernes hasta la 1 en lugar de las 5. Siempre y cuando terminen todos el trabajo programado para la semana. Te entusiasmas y te quedas dos días un poco después de tu hora de salida, adelantando de manera de tener ese medio día libre el viernes. Llega el viernes y tu jefe te llega con una lista aún más grande de cosas por hacer, porque han sido tan productivos que se da cuenta que pueden con más. El reloj da la 1 y tú sigues ahí, porque no pudiste terminar con todo.
La siguiente semana lo vuelves a intentar y pasa lo mismo, no obtienes tu tarde de viernes libre porque la lista de entregables crece y crece. Parece que entre más das, más piden.
La idea de salir los viernes a la 1 cae en el olvido hasta que después de los resultados de la Encuesta de Satisfacción Laboral, que no son buenos, la reviven. Llega tu jefe a anunciar que esta semana si o si, van a salir a la 1. Que le crea su abuelita, porque tú ya no le vuelves a creer.
Cuando quieres poner tu vida en orden, inevitablemente te conviertes en jefe de ti mismo. Siendo honestos, si hubiéramos estado en la selección de personal, lo más probable es que no te hubieras seleccionado a ti mismo como candidato.
¿Por qué?
Porque somos el postulante que llegó apenas a la entrevista porque se quedó cinco minutitos más en la cama.
Porque somos el postulante que le gusta pasar su tiempo en el teléfono en lugar de estar haciendo el trabajo que le corresponde.
Ni modo, somos el único postulante que se presentó a la vacante, así que no te queda de otra que aprender a trabajar contigo mismo.
Como ya sabes que estás trabajando con un candidato menos que ideal, lo intentas primero por las buenas. “Si hoy te levantas temprano y dejas tu cuarto recogido antes de irte, veremos dos episodios de tu serie favorita cuando regreses del trabajo.” “Yo sé que estás cansada pero empuja un poquito más para entregar este proyecto y la próxima semana nos tomamos el fin de semana para descansar.”
Si somos buenos jefes, una vez que nuestra parte “empleado” cumplió su parte, le damos la recompensa prometida.
Aunque la mayoría de nosotros no somos buenos jefes. Nos gusta el poder y caemos en la trampa de la mamá regañona o el jefe de las buenas ideas que se quedan en promesas.
Usamos nuestra voluntad para dejar el cuarto acomodado y al llegar a casa, en lugar de ver netflix, nos ponemos a recoger otro de los cuartos, que a fin de cuentas tenemos tiempo.
Acabamos ese proyecto y aceptamos el siguiente, ya habrá tiempo de descansar cuando te mueras.
Seguimos, seguimos, seguimos, sin descanso hasta que algo se quiebra y por más que ruegues, supliques, amenaces, no hay manera de convencer a tu yo-empleado que haga lo que tu voluntad le dicta.
Si, somos malos empleados pero si nos descuidamos, somos aún peores jefes.
Jefes que nunca están satisfechos, jefes que sólo ven lo que falta por hacer en lugar de agradecer lo que ya se hizo.
La solución a esto es empezar a cumplir las promesas que te haces a ti mismo.
Si te prometiste andar como loca esta última semana para desconectarte completamente del trabajo cuando te vayas de vacaciones con tu familia, deja la laptop en casa, pon el aviso de Fuera de Oficina y el celular en no molestar.
Si te prometiste un chocolatito después de lavar, tender y acomodar la ropa, cómetelo.
Poco a poco vas a ver cómo al cumplir esas pequeñas promesas, reconstruyes la confianza que existía en la relación y cada vez puedes exigirte más y más.
Esto de ser adulto exige mucho de ti y de mi. Entre esas grandes exigencias, hay pequeñas victorias. Asegúrate de darte una pausa para celebrarlas.
¿Qué si escribí todo este texto para justificar la cervecita que me tomé el viernes pasado que acabe con la parte de JavaScript de mi curso de programación? Tal vez. La frase de “mal empleado pero peor jefe” me la encontré en la regla 4 de este libro.1 Y me llegó tan profundo dentro de mi ser que sabía que tenía que escribirte este correo para hacer consciencia de lo malos jefes que podemos llegar a ser.
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