Cuando estaba en la universidad, un compañero me invitó a trabajar dando clases de regularización de matemáticas y química. Me hicieron la prueba y me quedé con el trabajo.
El dueño me explicó que las tutorías eran individuales y que mi parte del trato eran $100 por niño por hora, porque había niños que dedicaban una hora a matemáticas y la siguiente a química.
Las primeras semanas todo iba muy bien, hasta que el dueño decidió empezar a poner a hermanos juntos en la misma clase. Pase de un niño a dos, cada uno en diferente grado escolar y con niveles distintos.
Y como la canción de los elefantes, cómo veía que resistía fueron a llamar a otro elefante, pues lo que se les vendía a los papás como tutorías particulares acabó siendo en realidad 3 o 4 niños que eran atendidos por grupo.
Por mi parte dividía mi tiempo lo mejor posible entre todos los niños pero una parte de mí se preguntaba cuándo me iban a ajustar el sueldo. Estaba haciendo 4 veces más trabajo y me seguían dando lo equivalente a un niño.
Poco a poco fui entablando relación con el dueño, hasta que sentí la suficiente confianza de mencionarle que así como las circunstancias de mi trabajo habían cambiado, esperaba también que mi salario lo hiciera.
Fue así como perdí mi primer trabajo por pedir un aumento de sueldo.
10 años más tarde puedo ver las cosas desde la perspectiva del dueño pero mentiría si no te digo que me sentí triste que mi primera negociación salarial terminara en un despido.
Igual ya pasado el mal trago, me alegro de que no haya durado esa relación laboral, porque aunque no acabó como yo esperaba, mi versión de 20 años tuvo la sabiduría de pedir más cuando sintió que el trato ya no era lo acordado, en lugar de conformarse.
Por otro lado, mi versión de 30 años sabe que no consiguió ese aumento porque era fácilmente reemplazable, simplemente la semana anterior a que me despidieran, había traído a otra compañera de la carrera a que fuera tutora (y si, ella se quedó con todos mis horas), si yo no traía nada especial a la mesa, pues el dueño se iba a encontrar a alguien que si aceptara el pago por hora en lugar de por niño. Así es el mercado laboral.
Y por último me alegro que no haya durado porque después de ese experimento fallido decidí autoemplearme y ese nuevo trabajo me dejó muchos más aprendizajes que el haber sido tutora.
El mayor aprendizaje es la tardanza en reclamar tu derecho legítimo de ganar más $ de acuerdo a las condiciones iniciales que se te ofrecieron. Es importante actuar de inmediato con asertividad.
Que te hayan despedido no es un reflejo de que hayas negociado mal, solo refleja las intenciones del dueño. Great article