¿Qué es lo más bonito que te ha tocado ver? me preguntaron una vez. Como era una buena pregunta, me tomé el tiempo para pensar una buena respuesta.
Cuando tenía 21 años, me quedé un par de noches en una casa de huéspedes a la orilla del bosque. El primer día había salido a un bar y regresé a la casa pasada la medianoche. Era noviembre y la temporada de nevadas ya había comenzado.
Estaba sola y mientras caminaba hacia la casa, me detuve a ver las estrellas. Estrellas que parecían piquetes de alfiler en un cielo azul oscuro. Azul oscuro en lugar de negro, como si el anochecer se hubiera quedado atorado entre la claridad del atardecer y la negrura absoluta.
Seguí caminando y el sonido que hicieron mis botas me hizo voltear a ver el suelo. Si el cielo se había quedado a medio camino entre la luz y la oscuridad, el suelo se había plantado firmemente en el lado más luminoso. Completamente blanco, cubierto por la nieve que había caído mientras estábamos en el bar.
Frente a mí, estaba un bosque de pinos centenarios, árboles que estaban ahí desde que mis bisabuelos eran niños y que prometían seguir ahí hasta que yo fuera bisabuela. Detrás de mí no había más que mis pasos en la nieve.
En ese momento sentí como si el mundo llevara existiendo desde siempre y yo era una criatura recién traída a la vida, a la que una deidad había decidido colocar ahí para que disfrutara de ese mundo nuevo. Ese mundo creado completamente para ella, porque lo único nuevo en ese paisaje eran sus huellas sobre la nieve. Si ella no estuviera, nada sería capaz de perturbar el paisaje: ese bosque, ese cielo y ese campo lleno de nieve estarían ahí, a la espera de una visita, el resto de la eternidad.
Eso es lo más bonito que he visto.
Años después, entendí que lo que sentí ese día en ese bosque nevado, era una inmersión en el Tiempo Profundo1.
La manera más fácil de explicar el Tiempo Profundo es compararlo con su hermano el Tiempo Reloj.
El Tiempo Reloj es como tú y yo experimentamos el tiempo todos los días.
Imagina que cada hora de tu tiempo es una cubeta y esa cubeta está en una banda que va avanzando a la par de tu día. Cada una de esas horas-cubetas está llena con alguna cosa por hacer.
Cuando las cubetas se están derramando por todo lo que tienes por hacer durante esa hora, te sientes agobiado, hayas terminado o no, la banda sigue avanzando. Cuando las cubetas están apenas llenas, o peor, cuando dejamos pasar varias cubetas vacías, decimos que estamos perdiendo el tiempo.
Al vivir en Tiempo Reloj, cada actividad y cada experiencia es comparada contra el tiempo que suponíamos que nos iba a tomar. Vivimos al pendiente de los minutos que marca el reloj, de las semanas que marca el calendario, de los años que marcan las velas en el pastel de cumpleaños.
Si somos afortunados, a veces pasamos de Tiempo Reloj a Tiempo Profundo.
En Tiempo Profundo el límite que nos separa a ti y a mí del resto de la realidad se borra un poco y el tiempo se siente detenido. No es que el reloj deje de marcar los segundos, si no que dejamos de escuchar el tic-tac de cuando lo hace.2
Los bebés nacen y crecen en Tiempo Profundo y somos los mayores los que los traemos al Tiempo Reloj. Para los adultos, el rezo, la meditación y la naturaleza son las mejores oportunidades de experimentar inmersiones en Tiempo Profundo.
Si te gustó este concepto y quieres saber porque vivimos en el Tiempo Reloj en lugar de disfrutar de la belleza del Tiempo Profundo te vuelvo a recomendar 4000 semanas de Oliver Burkeman3. Es uno de mis libros preferidos de este año y trae varias ideas interesantes como esta de decirle adiós a las metas.
Si alguna vez has conseguido brincar al tiempo profundo y quieres compartir tu historia, me encantaría leerte, ya sea con una respuesta a este correo o con un comentario.
El concepto de Tiempo Profundo fue acuñado por Richard Rohr, un padre franciscano y autor contemporáneo.
La descripción de Tiempo Profundo es del escritor Gary Eberle.
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