Repartiendo fichas
Cuenta la leyenda que en Netflix1 no te corren si tomas una decisión que le hace perder dinero a la empresa, sino que la razón para correrte es que no tomaste suficientes decisiones.
Ellos lo ven así: cuando inicia el año, tienes un montón de fichas. Para cuando termine ese año, debes haber acomodado las fichas en diferentes apuestas. Y si alguna vez te has parado en un casino, apostado en la quiniela de la oficina o jugado con la amiga fortuna en alguna manera, sabes que algunas de esas apuestas van a salir bien, mientras que la mayoría no te van a dar los resultados esperados.
La lección que esperan que aprendas al trabajar para Netflix es que arriesgarse y fallar está bien. Quedarse paralizado y no tratar algo nuevo es lo castigado. Y si eres el tipo de persona que está considerando retirarse ante de tus 70’s, tomar un sabático para ver a tus hijos crecer o para intentar lanzar una empresa. Básicamente cualquier otra decisión que vaya en contra de la mayoría, este paradigma de las apuestas es uno bastante útil de adoptar.
Tal vez es porque empecé a ir al casino antes de empezar a beber alcohol pero el concepto de las apuestas siempre me ha gustado. Es como una terapia de exposición al riesgo. Si siempre te vas por la opción segura, sin importar que tan grande sea la red de seguridad bajo tus pies, va a ser muy difícil que tomes una decisión a contracorriente. Te falta práctica.
Si no estás listo para empezar a apostar por la puerta grande, puedes empezar con cosas pequeñas. Tus pasatiempos por ejemplo. Si algo sale mal, perdiste un poco de tiempo y un poco de dinero en los materiales. Si algo sale bien, encuentras algo que te da la oportunidad de socializar y sentirte completo pagando un precio bajo.
Y para que esto no se quede en algo teórico, quiero platicarte de las 3 apuestas en las que repartí mis fichas este 2022.
Tomé tres cursos presenciales: uno de costura, uno de diseño de interiores y uno de joyería en plata.
Mi apuesta del curso de diseño de interiores empezó cuando a mis papás se les ocurrió remodelar el que fue mi cuarto cuando vivía con ellos. Cuando me mudé a la casa de renta en la que ahora vivo, simplemente tomé el cuarto como venía decorado, sin molestarme en ponerle algo que lo personalizara, que lo hiciera mío.
A fin de cuentas yo sólo estaba de paso y cuando iba a casa de mis papás, podía entrar a la recámara y ver mis primeros intentos de pintura, mi librero, el escritorio en el que estudié para todos los exámenes de mi carrera y como los dueños de la casa eran mis papás, pues pude pintar mi cuarto de color naranja, mi favorito, a diferencia de una casa de renta en el que no tienes esa libertad de modificar.
Al entrar al que fue mi refugio durante muchos años y lo vi vacío fue un golpe emocional que no me esperaba y que solo empeoró al llegar a mi nueva recámara y ver que carecía de toda personalidad, era útil, si pero no era mía.
Así que me anoté al próximo curso de diseño de interiores que se me cruzó por enfrente, decidida a aprender cómo es que los demás logran personalizar el espacio que habitan, cómo es que logran hacerlo bello. Así que fui a las tiendas de muebles junto con el resto del grupo, aprendí a tomar medidas y hacer planos a escala y obtuve un par de contactos de carpinteros, ebanistas y diseñadores de muebles.
Para mi sorpresa, no me fue tan complicada la clase como esperaba, ya conocía de colores y sus combinaciones, mi amor por el cine me ayudó a entender de proporciones y armonía visual. Y después de lidiar con las tablas psicrométricas en la carrera, trazar un plano a escala de mi cuarto y sus muebles no me resultó tan intimidante.
Tuvo tanto éxito el curso que la profesora decidió organizar una parte dos. Muchas de mis compañeras se anotaron inmediatamente, porque para ellas jugar con la decoración de sus casas les trae una inmensa alegría y acaban fastidiadas de ver siempre lo mismo. Cada Navidad sacaban a relucir su ingenio para hacer que con los mismos materiales, un poco de pintura y diferente acomodo, su casa luciera diferente.
Busque dentro de mi a ver si ahora que conocía los principios, el modificar mi espacio me traía esa alegría, el encontrarme siempre con lo mismo me hacía sentir atrapada. No fue así, con lo aprendido ya había reacomodado mi cuarto, añadido dos que tres detalles en mi color favorito y con eso estaba satisfecha. Ya tenía un lugar en el cuál refugiarme, aún cuando para los estándares de los demás siguiera estando poco decorado. Mis fichas habían estado bien gastadas y no quería meterle más a esta apuesta.
La otra apuesta fue la costura y ni siquiera sé bien por qué. Supongo porque tenía el tiempo y porque había reemplazado las youtubers de maquillaje por aquellas que realizaban vestidos retros y disfraces. Aparte que ahora que había subido de peso, aprender a coser me ayudaría a hacerme nueva ropa para reemplazar a la que ya no me quedaba. Fueron tres meses en los que cada Lunes me levantaba temprano, dejaba de desayunar y me iba al centro a buscar estacionamiento para tomar la clase.
A diferencia del diseño, aquí no tenía conocimientos previos que me ayudaran y mi coordinación tampoco cooperaba. Puedo decir sin exagerar que era la más lenta de la clase. Tenía compañeras que faltaban y aún así, su proyecto iba más avanzado que el mío. Tan fue así que la blusa que tenía que ensamblar nunca la terminé, se quedó sin mangas la pobre porque me quedé sin tiempo.
Y aunque no tengo ninguna habilidad especial, me quedé encantada con la idea de coser, tanto que decidí seguir aprendiendo por mi cuenta mediante tutoriales en youtube. Pedí una máquina de coser para navidad y en lo que llegaba, puse a trabajar la máquina de mi mamá, que tenía 20 años sin usarse. Actualmente aprovecho los fines de semana para hacer patrones y armar piezas de ropa. Lo que me falta de talento lo estoy compensando con el entusiasmo y las ganas de dedicarle el tiempo que sea necesario para poder dominarlo.
Mis fichas estuvieron bien gastadas y además, quiero que las fichas que tengo en 2023 se vayan a esta nueva apuesta. Si con el diseño salí tablas, aquí gane más de lo que metí.
Hasta ahora parece que no hay parte negativa al apostar pero te recuerdo que fueron tres las apuestas y sólo te he contado dos.
La motivación detrás del curso de joyería en plata era doble, por un lado era intentar algo completamente nuevo y por el otro, no sólo me inscribí yo sino que anoté también a mi pareja, de manera de pasar los sábados juntos y tener una historia detrás de los anillos, pulseras o lo que sea que acabáramos haciendo. Después de 11 años de relación, hay que ponerse creativos y no caer en la rutina. Él no estaba muy convencido pero me dejó inscribirlo.
Todo parecía ir bien, nos fuimos al Home Depot para comprar el equipo de protección y llegamos puntuales a la primera clase. Resultó que él ya conocía a la instructora porque habían tocado juntos en una banda en la universidad. La primera clase estuvo tranquila, aunque notamos que la mayoría de los alumnos ya habían tomado el curso anterior, entonces tenían más idea que nosotros y a veces la instructora explicaba a un nivel un poco más general, porque los demás ya lo habían hecho y sabían en qué orden y con qué herramientas. De tarea nos llevamos el comprar la plata para fundirla la siguiente clase. Nos fuimos emocionados y listos para el siguiente sábado.
Llegó el sábado, nos explicaron cómo hacer la fundición y me empezaron a temblar las piernas. ¿Manejar ácidos? Sin problema. ¿Sustancias mutagénicas? Era mi pan de cada día en el laboratorio. ¿Bacterias que si entran a tu cuerpo te dan una enfermedad bastante fea? Puedo con ellas. Pero el fuego es dónde pinto mi raya. Y claro, para llegar a una temperatura de fundición, había fuego y bastante intenso. Intenté convencerme que solo sería una vez y podía hacerlo pero después descubrí que iba a ser constante. Mi esposo estaba bien con el fuego pero, ¿recuerdan que les dije que soy una introvertida emparejada con un introvertido? Resulta que el constante sonido de las limas sobre el metal le estaba molestando y mucho, cinco horas de ese raspado iba a empujarlo al límite de su tolerancia.
La siguiente clase no fui porque tenía un viaje programado. Después de esa fui yo sola porque no hubo manera de convencerlo de despertarse temprano en sábado para irse a torturar los oídos. En lugar de eso me hizo una lista de actividades para convivir el fin de semana que no implicaran hacer joyería.
Así que fui, más que por ganas, por sentido de obligarme a terminar lo que empiezo. La incomodidad que había sentido solo se incrementó en esa clase. Para el siguiente viernes, ya estaba temiendo que llegara el sábado porque de verdad, no me quería levantar para ir al curso. Tan así que dormí mal y al volverme a quedar dormida, no me levanté a tiempo.
El siguiente viernes otra vez no quería que llegara el sábado y ahí fue dónde me senté a platicar conmigo misma: no me la estaba pasando bien, no estaba pasando tiempo en pareja y no me gustaba la metodología de la clase ¿qué era lo que me hacía sentirme obligada a seguir yendo? Lo que ya me había gastado, tanto en materiales, como en el equipo de protección y en la inscripción. Básicamente no quería sentir que era dinero perdido.
Estaba cayendo en la trampa de el costo hundido (sinking cost) dónde quieres sacar una recompensa y le metes cada vez más en lugar de aceptar que ya es algo perdido y paras, de manera de no pagar el costo de oportunidad.
Y sabía que tenía la voluntad pero ¿valía la pena obligarme? No, no lo valía, no para algo que estaba haciendo por hobby. Cuando se trata de hacer ejercicio, ahí si, ni modo, con ganas o sin ellas, voy a la clase.
Este no era ese caso, así que decidí cortar por lo sano, tratarme con gentileza y abandonar. A cambio me gané dormir bien los viernes y un par de lazy saturday mornings en las que nos quedamos en cama platicando de la semana antes de ir a hacer el súper o ir a un parque cercano.
Esta fue la apuesta que más me costó en dinero y la que peor resultó. Y así son las apuestas, nada está garantizado. Eso sí, la práctica de meterle tiempo y dinero a las cosas que quiero, esa si está garantizada, siempre y cuando utilicé mis fichas.
¿En qué cosas apostaste ese 2022?, ¿A cuáles cosas vas a meterle tus fichas este 2023?
p.d. Si quieres saber más sobre la apuesta más grande, en este episodio de InspirateandoAndo con Elena Peña sobre la decisión de tomar un sábatico.
No son las Leyendas, sino el libro escrito por el fundador de Netflix: No Rules Rules de Reed Hastings y Erin Meyer.